1.- A tres meses y unos días de los comicios municipales surgen posturas políticas con las que se trata de confundir a la opinión pública. Interpretaciones que no se justifican y a las que hay que buscarle explicación.
Porque dejarlas sin respuesta equivale a correr graves riesgos. Ejemplo: un sector opositor le asigna carácter de plebiscito al 8-D. Con una ligereza que oculta aviesas intenciones, se plantea que el resultado -caso de que favorezca a la tendencia de Capriles- sería la más contundente demostración de fraude en las elecciones del 14-A y, por tanto, habría que repetirlas. También se señala que tal circunstancia justificaría cualquier acción extraconstitucional.
2.- Los mensajes que circulan en las redes sociales, el histerismo imperante en los twitteros de la derecha, a lo que se suman columnistas y opinadores de medios alineados con la oposición, confirman que se prepara una participación electoral que no admite la derrota como opción. Que, en consecuencia, concibe una reacción antidemocrática frente a cualquier resultado adverso. En el fondo se trata de la repetición del guión desestabilizador utilizado en otros episodios vividos por el país. En ese guión priva la rutinaria denuncia de fraude y la vuelta a acciones violentas como las que se dieron luego de la victoria de Maduro frente a Capriles con saldo trágico de 12 personas asesinadas, 70 heridos y daños a locales partidistas e instalaciones gubernamentales.
3.- No toda la oposición auspicia ese proyecto. Parte de su liderazgo la rechaza. Pero la experiencia indica que en situaciones críticas los aventureros suelen imponerse, como ya ocurrió el 11-A, y luego -pese al fracaso de aquel episodio-, con el paro petrolero, la guarimba y el terrorismo, mientras que los moderados se retraen. Este comportamiento se repitió hace 4 meses con el llamado irresponsable del candidato perdedor de las presidenciales, mientras que los sectores que al interior de la alianza son contrarios a la violencia guardaron ominoso silencio. Por eso no hay que llamarse a engaño. El núcleo duro que hay, tanto en la MUD como en el universo opositor, tiene una irrefrenable tendencia a desconocer el orden constitucional. A reaccionar en momentos conflictivos contra el Estado de Derecho. La prédica que alimentó tal tendencia es pertinaz y venenosa, y la huella reaparece cuando percibe que el piso institucional del país cruje. Así la percepción sea vaga o voluntarista. Ya que la irracionalidad estimula el voluntarismo, lo mismo que el odio, flor silvestre en ese ambiente. Sentimiento del cual la oposición no ha podido tomar distancia y explica la frustración que la embarga.
4.- El lenguaje escatológico de ciertos dirigentes de la oposición; el ataque sistemático a las instituciones: Tribunal Supremo, Consejo Nacional Electoral, Fiscalía, Defensoría del Pueblo, Contraloría General, Asamblea Nacional -así sus representantes cohabiten con el chavismo y compartan responsabilidades-; Fuerza Armada Nacional Bolivariana, y el desprecio total hacia los logros del país en materia social y participación popular, más los insultos contra el Jefe del Estado; es decir, la negación absoluta de lo que existe, no tiene nada que ver con el contrapeso que en una democracia ejerce la oposición, sino todo lo contrario: una actitud destinada a socavar las bases, no sólo del proceso bolivariano sino de la globalidad de la institucionalidad democrática. Los planteamientos que parlamentarios y dirigentes de oposición hacen a cada paso en forma directa o sibilina. La inquietud de columnistas bien informados sobre el peligro de la impaciencia, así como las veladas alusiones acerca de lo que se trama, ubica la conducta de la oposición en la ruta de la subversión. Es más, son preocupaciones que sugieren la posibilidad de repetir un error como el del 11-A contra Chávez, ahora contra Maduro, lo cual es señal de que el río de la aventura trae algo más que piedras.
5-. ¿Qué hacer? ¿Cruzarse de brazos hasta que se materialice la amenaza? La connotación apocalíptica que pretenden darle sectores de oposición al 8-D confirma la conjura. Capriles lo anuncia en su conocido estilo pedestre. El círculo íntimo lo secunda y, más allá, ocurre otro tanto. Pretenden convertir la elección municipal en campo de batalla. Si llegasen a ganar tratarían de cobrar de inmediato recurriendo a la violencia. Si pierden igual, porque ya tienen plataforma argumental y los cálculos para actuar, ajustados a las circunstancias previstas por los planificadores. A los que no interesa el contenido democrático del evento de diciembre sino todo lo contrario: convertirlo en otra oportunidad para atentar contra el Estado de Derecho. Contra el orden constitucional.
Porque dejarlas sin respuesta equivale a correr graves riesgos. Ejemplo: un sector opositor le asigna carácter de plebiscito al 8-D. Con una ligereza que oculta aviesas intenciones, se plantea que el resultado -caso de que favorezca a la tendencia de Capriles- sería la más contundente demostración de fraude en las elecciones del 14-A y, por tanto, habría que repetirlas. También se señala que tal circunstancia justificaría cualquier acción extraconstitucional.
2.- Los mensajes que circulan en las redes sociales, el histerismo imperante en los twitteros de la derecha, a lo que se suman columnistas y opinadores de medios alineados con la oposición, confirman que se prepara una participación electoral que no admite la derrota como opción. Que, en consecuencia, concibe una reacción antidemocrática frente a cualquier resultado adverso. En el fondo se trata de la repetición del guión desestabilizador utilizado en otros episodios vividos por el país. En ese guión priva la rutinaria denuncia de fraude y la vuelta a acciones violentas como las que se dieron luego de la victoria de Maduro frente a Capriles con saldo trágico de 12 personas asesinadas, 70 heridos y daños a locales partidistas e instalaciones gubernamentales.
3.- No toda la oposición auspicia ese proyecto. Parte de su liderazgo la rechaza. Pero la experiencia indica que en situaciones críticas los aventureros suelen imponerse, como ya ocurrió el 11-A, y luego -pese al fracaso de aquel episodio-, con el paro petrolero, la guarimba y el terrorismo, mientras que los moderados se retraen. Este comportamiento se repitió hace 4 meses con el llamado irresponsable del candidato perdedor de las presidenciales, mientras que los sectores que al interior de la alianza son contrarios a la violencia guardaron ominoso silencio. Por eso no hay que llamarse a engaño. El núcleo duro que hay, tanto en la MUD como en el universo opositor, tiene una irrefrenable tendencia a desconocer el orden constitucional. A reaccionar en momentos conflictivos contra el Estado de Derecho. La prédica que alimentó tal tendencia es pertinaz y venenosa, y la huella reaparece cuando percibe que el piso institucional del país cruje. Así la percepción sea vaga o voluntarista. Ya que la irracionalidad estimula el voluntarismo, lo mismo que el odio, flor silvestre en ese ambiente. Sentimiento del cual la oposición no ha podido tomar distancia y explica la frustración que la embarga.
4.- El lenguaje escatológico de ciertos dirigentes de la oposición; el ataque sistemático a las instituciones: Tribunal Supremo, Consejo Nacional Electoral, Fiscalía, Defensoría del Pueblo, Contraloría General, Asamblea Nacional -así sus representantes cohabiten con el chavismo y compartan responsabilidades-; Fuerza Armada Nacional Bolivariana, y el desprecio total hacia los logros del país en materia social y participación popular, más los insultos contra el Jefe del Estado; es decir, la negación absoluta de lo que existe, no tiene nada que ver con el contrapeso que en una democracia ejerce la oposición, sino todo lo contrario: una actitud destinada a socavar las bases, no sólo del proceso bolivariano sino de la globalidad de la institucionalidad democrática. Los planteamientos que parlamentarios y dirigentes de oposición hacen a cada paso en forma directa o sibilina. La inquietud de columnistas bien informados sobre el peligro de la impaciencia, así como las veladas alusiones acerca de lo que se trama, ubica la conducta de la oposición en la ruta de la subversión. Es más, son preocupaciones que sugieren la posibilidad de repetir un error como el del 11-A contra Chávez, ahora contra Maduro, lo cual es señal de que el río de la aventura trae algo más que piedras.
5-. ¿Qué hacer? ¿Cruzarse de brazos hasta que se materialice la amenaza? La connotación apocalíptica que pretenden darle sectores de oposición al 8-D confirma la conjura. Capriles lo anuncia en su conocido estilo pedestre. El círculo íntimo lo secunda y, más allá, ocurre otro tanto. Pretenden convertir la elección municipal en campo de batalla. Si llegasen a ganar tratarían de cobrar de inmediato recurriendo a la violencia. Si pierden igual, porque ya tienen plataforma argumental y los cálculos para actuar, ajustados a las circunstancias previstas por los planificadores. A los que no interesa el contenido democrático del evento de diciembre sino todo lo contrario: convertirlo en otra oportunidad para atentar contra el Estado de Derecho. Contra el orden constitucional.
José Vicente Rangel
Periodista, escritor, defensor de los djvrangelv@yahoo.eserechos humanos
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