Los revolucionarios de base tenemos más necesidad de respeto que de pan. Nuestra vida autogestionaria y consagrada diariamente a la defensa pública de la Constitución Bolivariana y el modelo de igualdad social nos brinda autoridad moral para hacer sugerencias, formular observaciones y dirigir advertencias. No aceptamos otra forma de militancia socialista que no sea el respeto mutuo entre camaradas, sea cual fuere su nivel de responsabilidad.
Venezuela vive una situación tremendamente difícil en materia económica que nunca fue vista en tiempos de Hugo Chávez, a excepción de los 60 del paro petrolero de 2002 cuando no había gasolina. Tal situación, según el gobierno nacional se llama guerra económica. Sin embargo, mujeres y hombres de a pie, pudiéramos calificarla como una "Economía de Guerra" y ello tiene un significado mucho más preocupante.
Sea por la acción de la contrarrevolución o por la torpeza de los revolucionarios, lo cierto es que los venezolanos nos vamos acostumbrado o adaptando a sobrevivir con lo mínimo y que anteriormente parecía abundante: menos alimentos, menos medicinas, menos servicios públicos, menos productos de aseo personal, menos bienes en diversas categorías.
El deterioro económico golpea a la clase popular y a las capas medias. Mientras las penurias en la vida cotidiana se incrementan, ya nadie duda que vivimos en esa economía de guerra, entonces soló falta identificar a los culpables para cobrar las deudas en las próximas elecciones. Para muchos, esa es la única esperanza de remediar la mala situación.
Si la hipótesis del gobierno se hace cierta, le llamaremos guerra económica; si es la oposición quien tiene la razón entonces culparemos al equipo económico gubernamental que ha sido incapaz de administrar la renta petrolera como herramienta dinamizadora de un socialismo productivo y multiplicador de "bienestar social".
Pero mientras escribí estas líneas, estuve en la habitación de una clínica que como muchas otras hasta hace poco eran una "taza de plata" pero ahora están colapsadas por los miles afiliados al HCM, es decir, un pueblo obrero que busca desesperadamente entrar a clínicas y evita caer en hospitales.
En efecto, mientras recuerdo que dormí dos noches en una silla con un ojo abierto y otro semi cerrado en espera de que mi menor hijo fuera atendido con fiebre en la sala de emergencias, y mientras su madre también lo cuidaba, fui a una farmacia donde decenas de personas hacían cola y se empujaban para comprar pañales así como antibióticos y antipiréticos que ya no hay, allí me hablé a mi mismo: "Soy uno más de millones de venezolanos que hoy viven esta economía de guerra".
Ojala el gobierno entienda que los falsos colaboradores que aplauden incondicionalmente causan daño. Como revolucionario jamás me uniré al clan de las hienas pseudorevolucionarias, esos oportunistas de clase media que cuelgan en su oficina una chaqueta roja para solo vestirla cuando el jefazo les llama a marchar pero al finalizar la parodia populista se arrancan con desprecio dicha prenda y la ocultan rápidamente en el carro con vergüenza.
Insistimos en que para reconstruir la economía nacional y restituir el tejido político del país, debemos retomar el diálogo entre polos opuestos. Sólo la disminución de la conflictividad política nos encaminará a la productividad económica y la satisfacción del interés nacional.
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