Por Mark Weisbrot
Desde hace ya varios meses, Venezuela ha estado en el proceso de revisar por completo su sistema cambiario, una reforma que muy probablemente se destacará como uno de los cambios más importantes que el Gobierno podrá implementar para hacer que la economía retome su rumbo. El Gobierno anunció hace poco que se propone adoptar un sistema con una tasa de cambio única. El sistema actual cuenta con cuatro tasas de cambio: la tasa oficial de Bs 6,30 por dólar; la tasa Sicad 1, de 10,6; Sicad 2, actualmente en 49,97; y la tasa paralela o de mercado negro, que de momento se ubica en 72,4.
Existe cierta confusión, tanto en los medios como en otros espacios, en torno a lo que implica ese tipo de reforma. La mayor parte de los medios tiende a ver los cambios en las políticas -particularmente en un país como Venezuela, poco adorado por la prensa de negocios- mediante un prisma binario. Los cambios o son “pro mercado” o favorecen mayor “control estatal”. Muchos en la izquierda asumen una opinión similar, pero con una preferencia opuesta: el mercado es malo, mientras que la influencia del Estado es buena.
Para algunos, una tasa de cambio fija es más deseable (o no la es), ya que implica mayor control por parte del Estado sobre un precio -el precio de las divisas- que sin duda representa una variable muy importante en la economía. Sin embargo, este no supone necesariamente un marco provechoso o conveniente. Cabe destacar que los desastrosos tipos de cambio fijos de Argentina, Brasil y Rusia a finales de la década de 1990 contaron con el fuerte apoyo del FMI y de economistas neoliberales, por diversos motivos, incluido el deseo de lograr un tipo de cambio estable para los inversores extranjeros y los prestamistas. Esos tres países alcanzaron un rendimiento mucho mejor cuando abandonaron sus tipos de cambio fijos y sobrevaluados. (Lo mismo sin duda habría sido cierto para países europeos como Grecia y España, si hubieran abandonado el euro hace cinco años).
Un tipo de cambio fijo y sobrevaluado, con devaluaciones periódicas, es uno de los regímenes cambiarios más inestables que pueda haber. Invita a la especulación, promueve la dolarización de la economía y puede conducir a la fuga de capitales. A fin de cuentas, no le ha brindado al Gobierno venezolano mucho control sobre el tipo de cambio, puesto que dio lugar a un mercado negro serio; un particularmente nefasto “mercado libre”, si es que alguna vez hubo alguno. Cuando la diferencia respecto del mercado negro es suficientemente grande, se producen más incentivos para la corrupción que en el caso de la propia cocaína. Ni siquiera tienes que arriesgarte a despedirte de este mundo en una balacera si puedes obtener dólares oficiales a Bs 6,3 para luego venderlos a Bs 72.
Del otro lado de la moneda, una alternativa al tipo de cambio fijo -un régimen cambiario “flotante gestionado”- no supone exactamente una capitulación frente a las fuerzas del mercado. Bolivia, bajo el gobierno de Evo Morales -tan de izquierdas como casi ningún otro del hemisferio-, se ha dotado de ese sistema desde que este tomó posesión, en 2006, y el tipo de cambio ha sido bastante estable, a pesar de algunos años de agitación política y ciertos repuntes en la inflación. El Gobierno sigue gestionando el tipo de cambio, pero de otro modo.
Venezuela ha tomado el primer paso hacia un tipo de cambio unificado con el sistema Sicad 2, establecido en marzo. Las empresas y los individuos pueden comprar dólares a un precio que se ha mantenido en torno a Bs 50 por dólar. Ello ha estabilizado la tasa de cambio del mercado paralelo, que había subido tozudamente de Bs 12 por dólar en octubre de 2012 a un pico de Bs 88 en febrero de 2014. Resulta interesante constatar que la tasa paralela se ha estabilizado recientemente, a pesar de una inflación alta, que inclusive se incrementa últimamente. Tal vez sea porque el mercado Sicad 2 reduce el incentivo de comprar dólares como una reserva de valor. Mientras que la tasa del Sicad 2 se mantiene estable en torno a Bs 50, junto con la posibilidad real de que esta se mantenga igual o incluso se ubique en una tasa menor (de bolívares por dólar) en el futuro cercano, no tiene sentido comprar dólares con la apuesta que el precio del dólar seguirá en aumento. No existe un espiral inflación-devaluación aun con una creciente inflación.
Por supuesto, el Gobierno tendrá, sin embargo, que llevar la inflación a la baja, en aras de establecer un sistema cambiario estable bajo un régimen “flotante gestionado”. Si la inflación se mantiene en sus niveles actuales, la propia tasa Sicad 2 puede traducirse eventualmente en un tipo de cambio sobrevaluado, en términos reales. Además, el Gobierno debe manejar la transición hacia un nuevo régimen cambiario de modo tal que la gente común no se vea perjudicada. En vista de que muchos precios ya se ven determinados por el mercado paralelo, no es de esperarse que la inflación se acelere en la medida que el país transite hacia un tipo de cambio unificado, con un dólar más caro que el oficial o de tasa Sicad 1. Pero el Gobierno tendrá que asegurarse de que la población no se vea afectada por precios fuera de alcance -o escaseces- de productos de primera necesidad, como lo son la comida y los medicamentos.
Según el informe de marzo de Bank of America, Venezuela cuenta con unas reservas de $50 mil millones en divisas. (Aunque la mayor parte de las reservas del Banco Central estén en oro, estas pueden ser vendidas con facilidad -actualmente con un margen de ganancia importante con respecto a su precio de compra original-). Además, las importaciones han ido disminuyendo durante buena parte del pasado año. Todo lo anterior debería proporcionarle al Gobierno un cómodo margen de divisas para el buen manejo de la transición.
Mark Weisbrot es codirector del Centro de Investigación en Economía y Política en Washington, DC (www.cepr.net). También es presidente de Just Foreign Policy (www.justforeignpolicy.org).
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