En ese momento se puso en evidencia el
funcionamiento operativo de la red de bases estadounidenses,
coincidiendo con una serie de cambios tácticos y de estrategia del
Pentágono a nivel mundial, como se vio en Siria donde privilegió la
guerra a distancia en vez de una invasión, lo cual debe ser analizado
para entender el contexto de asedio de espectro completo actual contra
Venezuela, descrita por la doctrina militar estadounidense como parte
del “Arco de Inestabilidad” a nivel mundial.
Nuevo enfoque
Es importante empezar por la base de
Manta ya que es un símbolo de las modificaciones en la estrategia de la
doctrina operativa del ejército norteamericano a nivel mundial, donde se
privilegian bases pequeñas con poca cantidad de efectivos y la
suficiente infraestructura para recibir un importante despliegue aéreo,
marítimo y de infantería, de ser necesario, de acuerdo al documento
“Estrategia Nacional para una Nueva Era”, firmado durante la
Administración de Bill Clinton.
Esto formalmente comienza cuando caduca
el acuerdo militar con Panamá gracias al acuerdo Torrijos-Carter en el
que se establecieron plazos para que Washington traspase el control del
Canal de Panamá. El Pentágono, en consecuencia, tuvo que reordenar sus
bases en Florida (Estados Unidos), Soto Cano (Honduras), Puerto Rico,
Comalapa (El Salvador), Reina Beatriz, (Aruba), Hato Rey (Curazao) y
Manta (Ecuador), donde se pone en marcha lo que se conoce como el
establecimiento de Centros Operativos de Avanzada (FOL, por sus siglas
en inglés) para que tengan un pequeño número de militares, una
desconocida cantidad de contratistas, una continua actividad de
inteligencia vía monitoreo, rastreo satelital, patrullaje; activas para
despliegues rápidos si es necesaria una intervención directa en el lugar
de la base u otros sitios cercanos o distantes, como hubiese sido
utilizada la base de Palanquero (Colombia), para enviar grandes aviones
hacia parte de África en caso de una eventualidad.
Bajo la “lucha contra el narcotráfico”
es que se vendió la permanencia y aumento de la presencia militar
estadounidense con el desembarco de la IV Flota y la formación de
miembros del aparato de seguridad de otros países, una clásica forma de
intervención de Washington. Así fue cómo se continuó con la ampliación
de su influencia y control en las áreas estratégicas sobre los recursos
naturales de América Latina, como el Amazonas, la Faja del Orinoco y el
Acuífero Guaraní, entre otras.
Para esto hay un sistema de bases
militares o convenios de cooperación que se basa en privilegiar pequeños
sitios, delegar la adjudicación a contratistas para vincularse después y
tapar los rastros que vinculen al Pentágono en estas relaciones que
supuestamente son para luchar contra el narco o tareas humanitarias, de
acuerdo al libro Territorios vigilados de la investigadora argentina
Telma Luzzani. Así, a las bases convencionales como las conocemos (gran
número de militares, equipamiento, aviones, buques, entre otras
condiciones ya conocidas), se le suman las FOL.
Despliegue y guerra irregular
Y estas más de 80 bases operan desde
Honduras hasta Chile, pasando por Paraguay en Mariscal Estigarribia,
donde está la mayor pista de aterrizaje de América Latina, y Chile con
Fuerte Aguayo, sólo por nombrar algunos de los sitios que se conocen
entre la maraña de desinformación, donde, por ejemplo, se intenta
ocultar que Perú y Colombia son paradas de aprovisionamiento de la IV
Flota, y se envía 250 marines a Honduras de las Fuerzas de Tareas
Especiales para “luchar contra el narcotráfico, tareas humanitarias y
formar a otras fuerzas”.
Este despliegue en Honduras es parte del
reenfoque de la Administración Obama, en el cual se privilegia el uso
de intervenciones encubiertas en vez de las directas, luego de que se
comprobara que Estados Unidos ya no puede predominar en escenarios de
invasión, como sucedió en Irak y Afganistán. De acuerdo al analista
militar cubano David Ignacio Martín, los últimos documentos militares y
las declaraciones de altos rangos militares estadounidenses destacan la
Guerra No Convencional, o irregular, como la doctrina predominante de
las Fuerzas Armadas estadounidenses, que para fines prácticos comenzó a
ser publicada justo antes que iniciaran las “primaveras árabes” y se
dieran los escenarios libios y sirios.
En este sentido, el desembarco en
Honduras apunta a fortalecer el papel del Comando de Operaciones
Especiales, que durante la Administración de Obama pasó de operar en 60
países a 150 con los múltiples objetivos de asesinar, secuestrar,
realizar supuestas “misiones humanitarias” y formar a ejércitos de otros
países (o fuerzas irregulares destinadas a iniciar movimientos armados
contra los gobiernos enemigos) para que sustituyan a Estados Unidos en
el campo de batalla, tal como lo explica una norma secreta firmada por
el ex jefe del Pentágono, luego de la CIA y finalmente destituido por un
escándalo de faldas y correos electrónicos, el general David Petraeus.
El uso y despliegue de fuerzas de
operaciones especiales y la utilización de Centros de Operaciones
Avanzadas (FOL) se enlaza con otros ingredientes pregonados por la
Administración Obama, en la que se hace énfasis seis puntos: operaciones
de las fuerzas especiales, aviones no tripulados, espías, socios
civiles, guerra cibernética y combatientes subrogados (ejércitos
irregulares que, en el caso venezolano, pueden ser identificados con el
paramilitarismo, en el caso ucraniano con el movimiento nazi, y en el
mundo árabe-musulmán con el Estado Islámico, Al Qaeda y diversos grupos
yihadistas implicados en Libia y Siria, por ejemplo).
Toda esta nueva doctrina, en la que
también funcionan las contratistas militares (mercenarios), es conocida
en la actualidad como la guerra híbrida, posmoderna o líquida, en la que
campañas de comunicación 2.0 se combinan con cyberterrorismo,
manifestación de calles de “los socios civiles” (ONGs, políticos,
estudiantes, periodistas, académicos, entre otros) financiados por
Washington a través de la Usaid, la NED o Freedom House y acciones
encubiertas de agentes especiales, privados o combatientes subrogados
para en primer lugar intentar quebrar el frente interno vía
“revoluciones de colores”, o llevar progresivamente al “enemigo o
adversario” a un escenario de guerra civil en la que los costos no sean
altos en intervención y todo el peso político, social y económico caiga
en las espaldas del país atacado.
Bajo esta lógica es que funciona el Comando del Sur, y este es el tipo de función que cumplen sus bases.
El cerco a Venezuela
La guerra irregular se escenifica aquí
desde el terreno de las comunicaciones y medios digitales, los espías
(cuyo punto más visible fue la detención del agente de la CIA, Thimoty
Tracy), la guerra cibernética (escenificada a gran escala con el hackeo
al CNE el 14 de abril de 2013 y las denuncias del presidente de Conatel,
William Castillo), los socios civiles financiados por Washington y los
combatientes subrogados, que andan vestidos de paramilitares luego de
haber sido formados en Colombia para la guerra sucia.
Estos no sólo asumen tareas militares,
como los paramilitares, sino que también apuntan a respaldar el ataque a
la moneda, el bolívar, y la economía venezolana con teorías, rumores,
matrices de opinión y denuncias falsas, acordes a la guerra económica
emprendida por el gran capital financiero y el eje Madrid-Miami-Bogotá.
También hay indicios de que existirían
contratistas militares como Dyncorp involucrados en planes golpistas,
como sucedió con el alquiler del avión Tucano destinado a bombardear
Miraflores, así como monitoreo satelital y de comunicaciones sobre
Venezuela bajo el modelo denunciado por Edward Snowden, entre otros
hechos comprobables donde se pone en funcionamiento la estructura de las
bases militares en la región bajo una perspectiva global.
Con base a esto, se presta apoyo
logístico y de “ideas”, además de acciones tácticas, a los grupos
destinados a sabotear la economía, la infraestructura y los servicios,
como se ve en la constante guarimba eléctrica, los ataques cibérneticos
al sistema alimentario armado por el Estado venezolano y los saboteos
contra la estatal Pdvsa, por nombrar los casos más evidentes.
Por citar una eventualidad: hoy en día,
esta estructura militar estadounidense permitiría montar una Sala de
Operaciones Especiales (la que en términos de operaciones psicólogicas
ya existe) para planificar y ser los ojos de las acciones militares en
el terreno de un ejército irregular que inicie una guerra en Venezuela.
Este es el modelo de guerra no
convencional aplicado en Siria para apoyar a los yihadistas islámicos y
que toma puntos operativos alrededor del país, como Turquía, Jordania e
Israel, donde existe presencia militar estadounidense. Por caso, esto
mismo podría ser replicado tanto en Colombia, como en Aruba, Curazao,
Panamá, Honduras o Perú.
Lo paradójico es que, al igual que en
2002, Estados Unidos desembarca más de 3 mil militares y un portaviones
nuclear en Perú (el país que sustituyó el papel de Manta en Ecuador) en
el mismo momento que declara a Venezuela como “una amenaza inusual y
extraordinaria” para su “seguridad nacional”, y en paralelo la Exxon
Mobile (Rockefeller) intenta crear un escenario de conflicto con Guyana,
que acaba de participar en un ejercicio militar conjunto con el Comando
Sur.
Esta orden ejecutiva, en términos
militares, formaliza implícitamente la activación de toda su mecánica de
poder blando y duro, y sus más de 80 bases militares en la región
tienen su papel a cumplir, si se tiene en cuenta que éste es sólo un
paso formal enmarcado en la “Doctrina de Guerra Irregular de la Armada
de Estados Unidos”, donde se califica a Venezuela como uno de los
“campos de batalla”.
Las evidencias hablan por sí solas:
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