domingo, 7 de septiembre de 2014

Gobierno de Calle Reportajes

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1958: Fin de una dictadura y comienzo de una supuesta democracia 
por Mariel Carrillo
Caracas, 23 Ene. AVN.- El 23 de enero de 1958, cuando el pueblo dio fin a la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez, cuyo régimen se caracterizó por desmanes represivos y violación de los derechos humanos, los venezolanos no sospechaban que en la etapa política que sobrevendría con la llamada democracia representativa serían víctima, nuevamente, de prácticas que vulneraron los derechos fundamentales
El historiador Alexander Torres considera que luego de la caída de Pérez Jiménez, Acción Democrática (AD) traicionó el espíritu libertario que caracterizó al movimiento popular, liderado por la Junta Patriótica a la cual se incorporó la juventud adeca, presionada por la necesidad de agitar las calles y promover el fin de la dictadura.
"En la lucha contra la dictadura hubo un quiebre entre lo que se llama la generación fundadora (de AD), que terminó con muchos desaparecidos o presos y los jóvenes del 58, que van a entender que son coautores de un nuevo escenario. Lamentablemente, la generación del 58, donde está Rómulo Betancourt y otros factores de poder, entre ellos el Departamento de Estado, mantuvieron a raya a los sectores de izquierda (PCV)" explicó Torres.
Explicó el historiador que con el fin de la dictadura perezjimenista, el aislamiento del Partido Comunista y las fuerzas de izquierda por parte de los firmantes del Pacto de Punto Fijo (30-10-1958) "pasamos de dictadura militar a dictadura de partidos, y la lógica más o menos era la misma , la aprobación del Departamento de Estado del partido que llegue al poder".
Y agrega que parte del método fue "el aislamiento de movimientos populares de izquierda, después la represión sistemática y un acallamiento terrible de todos aquellos agentes o factores alternativos que hablaran de un proyecto parecido al cubano", concluye.
La continuación de un modelo represivo
Relata Raúl Zurita Daza, en su libro, Víctimas de la Democracia Representativa en Venezuela, cómo los gobiernos de la cuarta república violaron sistemáticamente los derechos humanos y civiles. Comenzaron con el atropello de la Constitución aprobada en 1961, cuyo artículo 58 aseguraba la inviolabilidad del derecho a la vida.
Indica Zurita que sólo durante el gobierno de Rómulo Betancourt (1959-1964) "El pueblo de Venezuela soportó, en un período de cinco años, setecientos sesenta y un días (761) sin garantías constitucionales, casi la mitad del tiempo de su mandato" , lo cual dotó de impunidad a los múltiples casos de detenciones, desapariciones y asesinatos ocurridos durante su gobierno, siendo el primero de estos el asesinato de tres trabajadores manifestantes del Plan de Emergencia el 4 de agosto de 1959.
Los actos de represión no cesarían, ni aún con la llegada de un nuevo presidente en 1964. Raúl Leoni, quien tuvo la triste impronta de instaurar en el país y en América Latina la figura del detenido-desaparecido.
Durante aquel período políticos, campesinos y estudiantes sufrieron persecución, torturas y muchos de ellos no aparecieron jamás y engrosan la larga lista de ciudadanos víctimas del terrorismo de Estado.
El dirigente del PCV, Alberto Lovera, cuyo cadáver torturado apareció en las costas del estado Anzoátegui en 1965, representa el caso más emblemático de las violaciones de derechos humanos durante el régimen de Leoni.
El Pacto de Punto Fijo, originalmente creado en Nueva York, no sólo garantizó el poder de los dos partidos "leales" a los mandatos de los Estados Unidos y su doctrina de defensa hemisférica, sino que aplicó las políticas de seguridad nacional y formó a sus militares en la Escuela de las Américas, cuna de las doctrinas ques establecieron la violación sistemática de los derechos humanos en contra de la "amenaza comunista".
En el primer gobierno de Rafael Caldera (Copei), quien siguió a Raúl Leoni en la primera magistratura nacional ocurrieron otras masacres como la del Barrio el Nazareno de Petare, la avenida Páez de El Paraíso y La Victoria (Aragua).
En el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez, fue asesinado brutalmente al dirigente de la Liga Socialista Jorge Rodríguez; años después, en el gobierno  de Luis Herrera Campis las Fuerzas Armadas asesinaron a 30 jóvenes en la Masacre de Cantaura (Anzoátegui); posteriormente, las masacres de Yumare y El Amparo, ocurrieron durante el gobierno de Jaime Lusinchi.
Al comienzo del gobierno de Carlos Andrés Pérez ocurrió el hecho más sangriento de las últimas décadas en el país, el Caracazo (27-02-1989), levantamiento popular contra las medidas de ajuste del Fondo Monetario Internacional, en el que las Fuerzas Armadas y la Policía Metropolitana masacraron al pueblo venezolano. El estimado de víctimas oscila entre 300 y 3.000.
En el segundo mandato de Rafael Caldera ,que fue el estertor de la democracia representativa, fueron asesinados estudiantes universitarios, entre ellos Richard López Plaz, y 26 presos en el retén de la Planta, en Caracas.
El fin de la era de dictaduras y falsas democracias
Con la llegada al poder del presidente Hugo Chávez en 1998, y la creación y entrada en vigencia de la Constitución Bolivariana de 1999; se cierra la etapa de la democracia representativa para dar paso la democracia participativa, popular y protagónica.
Durante los últimos 13 años, los derechos humanos se han visto protegidos por el estado, con una Fuerza Armada y cuerpos de seguridad que no atentan contra el pueblo y además se garantiza a través de planes educativos, de salud, y de desarrollo, el derecho a la vida digna señalado en la Carta Magna, discutida y aprobada por el pueblo.
La historia señala que el 23 de enero de 1958 se culminó con una etapa oscura de la historia nacional, en la que el pueblo careció de libertades fundamentales. También hay que señalar que la democracia real no comenzó entonces, pues la historia de opresión al pueblo continuó durante los 40 años que siguieron al derrocamiento de Marcos Pérez Jiménez, como lo prueban los numerosos testimonios de quienes lo vivieron.
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4F: 21 años de la Rebelión Cívico-Militar por la Dignidad Nacional


Caracas, 01 de febrero de 2013 (Cortesía Minci).- El 4 de febrero de 1992, Venezuela amaneció de golpe. Un grupo numeroso de soldados, pertenecientes a las guarniciones militares de los estados Aragua, Carabobo, Miranda, Zulia y el Distrito Federal, al mando de los tenientes coroneles Hugo Chávez Frías, Francisco Arias Cárdenas, Joel Acosta Chirinos, Jesús Urdaneta Hernández y Jesús Ortiz Contreras, fundadores y pertenecientes al Movimiento Bolivariano MBR-200, emprendieron acciones de rebelión, en contra del fatídico gobierno de ese entonces, dirigido por Carlos Andrés Pérez, en lo que se conoció como Operación Zamora.

Venezuela sufría una crisis social y económica sin proporciones. Los gobiernos de la Cuarta República habían sumido al pueblo venezolano en la miseria, robándole sus recursos, violando todos sus derechos humanos y constitucionales. La República era repartida entre las pequeñas élites de la oligarquía y sectores capitalistas foráneos, parecía no haber esperanza. El pueblo venezolano venía de vivir el Caracazo, y de ser cruelmente reprimido, sin que sus demandas fuesen escuchadas, todo lo contrario, había sido masacrado por exigirle a dirigentes inescrupulosos lo que por derecho soberano le pertenecía.

Corría la primera semana de febrero de 1992, y Carlos Andrés Pérez regresaba el 3 en la noche, de su participación en el Foro Económico Mundial en Suiza, ese mismo día en la tarde la rebelión había dado inicio, para estallar totalmente en la noche y continuar hasta la mañana del 4 de febrero.

La toma de la capital estuvo bajo el mando de los tenientes coroneles Chávez Frías y Joel Acosta Chirinos, quienes comandaron las acciones desde el Museo Histórico Militar de La Planicie y la Base Aérea Generalísimo Francisco de Miranda, en La Carlota, respectivamente. Los puntos álgidos de la rebelión en Caracas, tuvieron lugar en Fuerte Tiuna, el Comando Regional núm. 5, el Comando de Seguridad Urbana de la Guardia Nacional, la sede de la Disip en el Helicoide, las comandancias generales del Ejército y la Armada, la sede de la Comandancia de la Policía Metropolitana en Cotiza y Venezolana de Televisión (canal 8). Sin embargo, a pesar de la organización y la fuerza de ataque, los objetivos trazados por el movimiento, en cuanto a la región capital, no pudieron ser logrados.

A pesar del total control del estado Zulia, y del mediano alcance conseguido en Aragua y Carabobo, aproximadamente a las cuatro de la tarde del 4 de febrero, el comandante Hugo Chávez decide entregarse y hacer un llamado a las tropas leales al movimiento bolivariano para que depongan las armas por esos momentos, “por ahora”. Tras horas de convulsión el pueblo de Venezuela había dado otra lección de Dignidad. La Fuerzas Armadas habían demostrado que estaban con el pueblo y en total resguardo de la Patria. Así mismo había nacido un líder, Venezuela por primera vez en muchos años tenía frente a sí un hombre que asumía la responsabilidad de sus actos y le proponía un proyecto al país: la independencia.

Veintiún años después, el rumbo del país ha cambiado totalmente. Venezuela es libre, soberana e independiente. El Pueblo ha retomado el poder y es protagonista activo del rumbo que sigue el país. Veintiún años después, celebramos el Día de la Dignidad, junto al líder del proceso revolucionario, el comandante Chávez, para decirle una vez más a la oligarquía y al imperio yanqui que no volverán.

Los medios le aplicaron el paquetazo de la verguenza al 27-F

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Caracas, 26 Febrero de 2013 (Cortesía AVN).- La mañana del lunes 27 de febrero de 1989 subió el pasaje y "bajaron los cerros". La indignación de quienes vivían arriba pero trabajaban abajo llegó a su límite cuando los choferes de la ruta Caracas-Guarenas informaron que el costo del traslado se había triplicado, pasó de 6 a 18 bolívares, de golpe. La protesta popular comenzó a tomar calor, al igual que los prejuicios, la xenofobia y el clasismo que también estallaron en los medios de comunicación.

Unas semanas atrás, el 16, el presidente Carlos Andrés Pérez había anunciado su prometido paquetazo, que le daba un gancho al hígado a los pobres, y que incluía incremento descontrolado de precios de bienes y servicios, entre ellos la gasolina. Estas medidas, dictadas por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, llegaron en medio de la escasez, el acaparamiento y la fiebre privatizadora.

Mientras tanto, el otro país, conformado por esa minoría con poder y recursos, leía en una página de El Nacional del 1 de marzo: "¡Esas vacaciones fabulosas que usted siempre soñó, ahora serán realidad en el Margarita LagunaMar". La gráfica de la publicidad mostraba a una pareja sonriente, a la orilla del mar, con cocteles en su manos. Páginas más adelante, se leía el titular: "Guarenas sucumbió ante el terror del pillaje", con una foto de un negocio totalmente destruido y de personas corriendo con productos en la mano.

El 1 de marzo CAP se dirigió al país para anunciar la suspensión de las garantías y para decir que las medidas se mantenían intactas, a pesar de la explosión social que las había originado. "El FMI no es la opción, es la única opción", decía, mientras se refería a los "sacrificios de todos los sectores", en los que "los de más bajos recursos reciben siempre la peor parte".

No quedó duda de que recibieron la peor parte. El mismo CAP, el 3 de marzo, en El Nacional, se refería a que "los focos de los disturbios que quedan son producidos por una mezcla de delincuencia y rezagos de subversión" y que "los extranjeros detenidos que sean encontrados culpables serán expulsados del país".

Las responsabilidades de El Caracazo eran contradictorias, incluso para el propio presidente. Aunque días después, el 4 de marzo, al hacer el balance de los hechos donde, según cifras de El Nacional de ese día, habían muerto unas trescientas personas debido a la represión de los cuerpos de seguridad, CAP expresó que la rebelión popular había sido "una acción de los pobres contra los ricos"; dos días más tarde, también en El Nacional, decía que "la violencia social tuvo como objetivo protestar contra la especulación". Ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario.

La culpa es de la turbas vandálicas

En ese país "horrorizado" ante la acción de "hordas vándalicas y marginales", un grupo de empresarios y personalidades posaba sonriente y ajeno al caos para El Nacional: Gustavo Cisneros, el ex embajador de EEUU, George Landau, el embajador estadounidense de entonces, Otto Reich, David Rockefeller y Eugenio Mendoza, eran un ejemplo de que "Venezuela se crece ante las dificultades", como decía la campaña de motivación del Banco Venezolano de Crédito.

En la revista SIC, de mayo de 1989, el sacerdote jesuitaArturo Sosa, en su artículo " 'Crisis' de los valores o triunfo de la ideología", explica que "uno de los mayores éxitos de las élites políticamente dominantes (...) ha sido la aceptación masiva, en todos los estratos sociales, de la imagen que ellos han proyectado de la sociedad y sus relaciones" y que mantenerlo es "un aspecto prioritario de la estrategia de poder".

Sosa escribe que los "medios de comunicación de masas son instrumento fundamental del orden establecido, con una eficacia muchas veces demostrada, para difundir e imponer su propia versión de los hechos".

La mirada que dio la prensa a la rebelión social en contra del paquetazo neoliberal estaba nublada, cargada de prejuicios, discriminación y desconocimiento de las clases populares, sus carencias, conquistas y organización. El análisis se centró en encontrar culpables y avergonzar a quienes habían participado en la revuelta, llamados "nubes de langostas" y "turbas enardecidas", entre muchos más.

Para el escritor y poeta Juan Liscano, en un artículo publicado el 9 de marzo, en El Nacional, la culpa era "del régimen democrático por haber permitido la formación, en los cerros, de inmensas barriadas de marginales venezolanos y extranjeros que viven del día a día como 'toeros', buhoneros, delincuentes y desempleados".

Otros buscaban las responsabilidades en lo foráneo y desconocido. "Algunos hasta piensan que tenga que ver el M-19 colombiano", escribió Gustavo Jaen, el 3 de marzo, El Universal. Por su parte, César Messori, el 5 de marzo, decía que ya entre los "marginales, extranjeros, personal doméstico", se sabía que iba a pasar algo.

El periodista Alfredo Peña, en El Nacional del 4 de marzo escribió que "La diferencia entre nosotros y algunos países de América Latina, concretamente Argentina y Uruguay (...) está en el hecho de que allá las masas están organizadas en sindicatos y en partidos que tienen representatividad y capacidad de convocatoria".

La tesis de que los movimientos populares de afuera eran más legítimos también la defendía el periodista Cayetano Ramírez, en un artículo publicado en El Nacional, el 10 de marzo:
"Los marginales de Caracas no son exactamente marginales, en el sentido que este término se aplica a los sectores pobres que viven alrededor de las grandes ciudades de América Latina", cita el periodista al filósofo argentino Francisco Romero (...) Estaríamos en presencia de una reacción cultural y política, de sectores marginales que expresan un profundo resentimiento contra toda la sociedad que los está dejando atrás".

Quienes no vivían en sectores populares como Catia, Av. Fuerzas Armadas, Petare, 23 de Enero, Av. Lecuna y Bolívar, Guarenas, El Valle, trataban de explicar su desconocimiento con desprecio. "Las turbas que actuaron con inusitada violencia (...) no son expresión del pueblo. Es más, queremos afirmar que ni siquiera llegan a lumpenproletariado (...) cuando mucho llegan a hez y horda al mismo tiempo", plasmó Humberto Seijas Pittaluga en su artículo del 10 de marzo, publicado por El Nacional y titulado "Lumpen".

La violencia "era anticristiana", para monseñor Luis Eduardo Henríquez, en El Nacional, 5 de marzo, y procedía de "una masa descontenta que comete delitos arrastrada por la neurosis", según fotoleyenda de El Universal.

"Hay esfuerzo sistemático y persistente de calificar los hechos como violencia pura y simple (...) sin causa ni justificación alguna que mejor es convertirla en sentimiento de culpa por lo sucedido y en advertencia ejemplarizante de lo que puede pasar", reflexionaba Sosa en su artículo de la revista SIC.

El intelectual Arturo Uslar Pietri escribió el 5 de marzo en El Nacional que Caracas había pasado de ser "una especie de capital de la democracia" a "una ciudad saqueada por sus propios habitantes".

Y proyectaba que "muchos años de disciplinado esfuerzo serán necesarios para borrar la imagen negativa que acabamos de proyectar ante el mundo".

Esta reacción venía de un pueblo "mal habituado al consumismo, y a vivir de fantasías, siempre sobregirado, con una psicología de 5 y 6, y de loterías de toda índole", según la opinión de Ramón González Paredes, en El Nacional del 5 de marzo.

José Ramón Díaz, también en esa fecha, reforzaba la idea. "Después de esas alucinantes escenas de saqueo y de pillaje, ya es hora de reflexionar, y por supuesto, para que los venezolanos vayan olvidándose de la vida fácil".

Esa "poblada" que para satisfacción de muchos "fue replegada hacia los cerros periféricos de la ciudad", según los primeros reportes de El Nacional del 28 de febrero, había caído "en el hábito del paternalismo, frustraciones viejas, resentimientos sociales", para Uslar Pietri.

El dirigente adeco Luis Piñerúa Ordaz consideraba que todo lo había causado la "relajación de los resortes morales de la sociedad", según un artículo publicado el 12 de marzo en El Nacional. "En el hogar, cuando la conducta irresponsable y disoluta de los padres propicia la formación de los hijos bajo el signo de la amoralidad y zanganería", agregaba.

Sembrar el miedo

"En esto se basa la segunda dimensión del esfuerzo comunicacional de los sectores dominantes: introyectar el temor a otra explosión -mucho más agresiva, destructiva y peligrosa- como disuasión a cualquier expresión de protesta ante la continuación del paquete de 'ajustes' que golpean a la mayoría de la población", escribió Sosa en la SIC de mayo.

"La rabia de la turba" que "cometía los desmanes entre risas", según El Nacional, no llegó a hasta las zonas privilegiadas de la ciudad, sin embargo, cualquier posibilidad de que "el cerro no fuera replegado por los cuerpos de seguridad" hacía que se erizaran los pelos, tal como queda reflejado en "Pánico bajo techo", publicado por El Nacional el 4 de marzo.

"Un nuevo virus, el síndrome del saqueo, ataca los nervios del caraqueño de clase media, ese que aún posee objetos valiosos dentro de sus viviendas. Ahora que todos temen que la 'furia popular' se meta en quintas y apartamentos para terminar con lo que falta".

El profesor de Periodismo de la Universidad Central de Venezuela Federico Álvarez en su artículo "El otro shock", publicado en El Nacional, el 8 de marzo, se refería a los verdaderos desestabilizadores de la democracia, que cometen cotidianamente un "saqueo silencioso impune (...) que ven en la libre empresa 'una careta del agio y la especulación' (...) la acusación unilateral contra el Fondo equivale a un descargo de conciencia. El desconocido extranjero, lejano, inaccesible para los que sufren".

Para Álvarez "ellos propiciaron el ya trágico shock económico. Pero se niegan a reconocer la responsabilidad que tienen en este inesperado shock popular".

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