“Un amigo es una imagen que tienes de ti mismo”, escribió Robert L. Stevenson, y quizás es así, los vínculos que establecemos con los demás serán mucho más profundos, mientras más reflejen nuestras intenciones e intereses, mientras más se parezcan a los valores que inundan nuestra personalidad.
El escritor escocés, quien narró historias de aventuras y personajes fantásticos, no hubiese podido contar la historia real del afecto que unió a dos de los más grandes hombres y sus periplos en busca de la libertad y la unión de los pueblos de América: Sucre y Bolívar. Así como tampoco hubiese podido relatar la vida de un personaje, que al dejar el mundo de un modo trágico, dejó también la estela de sus acciones, claves en las vidas de tantos otros que lo hemos sobrevivido, tal es el caso del Gran Mariscal de Ayacucho.
Antonio José de Sucre, quien nació en Cumaná el 3 de Febrero de 1795, al igual que Bolívar sufrió importantes pérdidas, la primera a los 7 años cuando quedó huérfano de madre y fue enviado a estudiar a la capital. Quizás fue a esa edad cuando comenzó a forjar su disciplina, valor y método para desenvolverse en el mundo. Teniendo que madurar muy joven, por su condición de huérfano, muy temprano supo lo que quería ser en la vida: militar.
En 1809, junto a su hermano se incorporó como cadete en la Compañía de Húsares Nobles de Fernando VII en Cumaná. De ahí en adelante, su desempeño bajo las órdenes del General Miranda, sus experiencias con Mariño, Piar, Bermúdez y Valdés le otorgaron luz y brillo a su carrera heroica y valiente por América: “Siempre se distinguía por su infatigable actividad, por su inteligencia y por su valor” escribió Bolívar sobre Sucre en 1825.
“En medio de las combustiones que necesariamente nacen de la guerra y de la revolución, el general Sucre se hallaba frecuentemente de mediador, de consejero, de guía, sin perder nunca de vista la buena causa y el buen camino” también dijo el Libertador de quien en 1822, es nombrado Jefe del ejército de Colombia, donde logra la independencia de las provincias de Ecuador en las batallas de Río Bamba y Pichincha.
Sucre participa en la batalla de Junín y gana la de Ayacucho en 1824, con lo cual logra el título de Gran Mariscal, aunque a decir del Libertador sus méritos como militar quedaban opacados si se le comparaban con su calidad humana, entrega, pasión y disciplina por un sueño común con Bolívar: la consagración de una América unida y revolucionaria.
Sucre y Bolívar estaban unidos por causas comunes: el trabajo continuo y disciplinado por alcanzar las metas que lo llevasen en la dirección de sus aspiraciones para América. Un ade ellas en 1825, cuando ocupó el territorio del Alto Perú, que se independizó del gobierno de Buenos Aires, adoptando el nombre de Bolivia, de cuyo gobierno sería Sucre su primer presidente por dos años.
Lealtad que trasciende los tiempos
“Más no son palabras las que pueden explicar los sentimientos de mi alma respecto a usted, usted los conoce, pues me conoce mucho tiempo y sabe que no es su poder, sino su amistad la que me ha inspirado el más tierno afecto a su persona. Lo conservaré, cualquiera que sea la suerte, que nos quepa” sentidas palabras que escribió Sucre a Bolívar el 8 de Mayo de 1830, desconociendo por completo que “la suerte” a la que hace referencia no sería piadosa, al menos con el destino propio y el de su amigo.
Afortunadamente, la posteridad se ha encargado de reivindicar sus sueños, sus ideas y valores, al formar éstas parte de los procesos políticos que se viven en América Latina, con Venezuela como eje fundamental.
“En todas partes cuente con los servicios y la gratitud de su más fiel y apasionado amigo” finaliza Sucre aquella última carta, reflejando su espíritu de adhesión y lealtad absoluta no sólo a un hombre, si no a los ideales que éste representaba, los mismos que han sido transmitidos en América entre las generaciones subsiguientes. Siendo estos últimos años, la prueba fehaciente de que en América Latina, no han dejado morir las ideas de estos hombres que dejaron su vida en pos de un sueño común.
Sucre fue asesinado en Berruecos el 4 de Junio de 1830.
Prensa MinCI / Carmen Ugueto
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