Temporalmente pareció que lo principal de la próxima VII Cumbre de
las Américas sería el reencuentro entre Cuba y EEUU y sus consecuencias.
Ello le aseguraba una trascendencia de la que esos cónclaves ya
carecían. Sin embargo, el recrudecimiento de la ofensiva de la derecha
en Argentina, Brasil y Venezuela ‑‑donde ella incluso desconoce los
recientes resultados electorales o enturbia los próximos comicios‑‑, así
como el abrupto deterioro de las relaciones entre Washington y Caracas,
ahora someten al evento a riesgos adicionales.
La decisión de la Casa Blanca de declarar que Venezuela constituye
“una amenaza extraordinaria e inusual a la seguridad nacional”
estadunidense relanzó desconfianzas en La Habana y en varias otras
capitales, en la región y ultramar. El canciller Bruno Rodríguez señaló
que esa determinación se tomó “sin fundamento alguno”, que las sanciones
son “arbitrarias y agresivas” y que con esto Washington “ha provocado
un daño grave al ambiente hemisférico en vísperas de la Cumbre”, y
advirtió: “Espero que el gobierno de EEUU comprenda que no se puede
manejar a Cuba con una zanahoria y a Venezuela con un garrote”.
Significativamente, un responsable del Departamento de Estado dijo
que Washington está “decepcionado” con esta reacción, pero que eso “no
tendrá impacto en el avance” de las conversaciones con La Habana, según
la AFP reportó el 16 de marzo. Tal comentario admite que ‑‑pese a toda
la historia transcurrida‑‑ allá aún habían supuesto que Cuba pudiera
trocar sus principios y aliados por una eventual zanahoria. Y, además,
que semejante decisión se tomó sin prever que el rechazo a la
declaración del presidente Obama sería continental, como inmediatamente
lo demostraron las resoluciones de la Unasur y otras organizaciones
regionales; esto es, la mayoría de quienes asistirán a la Cumbre.
¿Qué explica tan inoportuna decisión? Se dice que buscaba compensar a
los halcones del Congreso por las presuntas “concesiones” a Cuba, o
hacerle saber a Latinoamérica que EEUU no aceptará complacer otras
demandas extranjeras. Es inútil especular. Ante las pueriles
explicaciones de los (o las) voceras estadunidenses, sabemos que
Washington no va a desdecirse y, por consiguiente, la suerte de la VII
Cumbre dependerá de la habilidad de Miguel Insulza y Luis Almagro ‑‑como
secretarios saliente y entrante de la OEA‑‑ y de la canciller panameña
‑‑anfitriona de la cita‑‑ para reacomodar las piezas desparramadas y
apaciguar el ambiente.
En última instancia, la fortuna de sus gestiones va a depender de la
responsabilidad de las partes y la autenticidad de los propósitos que
ellas han anunciado. Una buena realización de la Cumbre es del interés
de Cuba y de EEUU para terminar más de medio siglo de barbarie
político‑diplomática ‑‑originada por Washington y padecida por el pueblo
cubano‑‑. Sin esto la Casa Blanca no podrá restaurar la credibilidad de
sus relaciones con América Latina, ni Cuba mejorar condiciones para
impulsar su proceso de reformas y desarrollo. Lo que asimismo interesa a
los demás países de Latinoamérica y el Caribe, y a sus socios de
ultramar.
Como, a la vez, normalizar relaciones con Venezuela pasa tanto por
implementar la oferta de diálogo entre ambos gobiernos, como por
facilitar la celebración de las próximas elecciones legislativas
venezolanas, sin auspiciar la campaña internacional contra su gobierno
ni las actividades de la oposición violenta que busca un vuelco
subversivo y golpista.
Ambos cosas tienen amigos y enemigos activos y las dos son
verificables. La fecha está cerca y los hechos permitirán enjuiciar a
las partes mejor que sus declaraciones.
– Nils Castro es escritor y catedrático panameño.
ALAI
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