lunes, 30 de junio de 2014

Giordani y la pugna entre “monjes sabios” y “novicios rebeldes”

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Por Amaury González Vilera*
Dice Clodovaldo Hernández en su artículo Giordani y el secreto de Cadivi, que lacarta del ex ministro de Planificación “revela diversos niveles en la confrontación endógena”. Uno de ellos sería el ideológico, otro el de las facciones “reales o imaginarias”, y un tercero que sería el generacional.
Sean o no sean estas las confrontaciones que devela el célebre testimonio, somos de la convicción de que este último factor no puede menospreciarse, porque constituye uno de los temas centrales que todo proceso revolucionario debe siempre considerar, tanto por su sutileza y complejidad como porque constituye una de las bases de la legitimidad política. Para Hernández, esta confrontación generacional se expresa en “el abuelo Giordani luchando contra muchachitos que hasta no hace mucho tomaban tetero”.
La idea de que la experiencia constituye una de las bases más solidas de la autoridad, ciertamente está arraigada en las más antiguas tradiciones del pensamiento político. Tanto, que en el contexto de os procesos políticos de cada nación particular, esta puede adquirir los peores rasgos de la gerontocracia, configurándose así un escenario ultra-conservador o, si se quiere, contrarrevolucionario. Evidentemente, estamos dando un voto por la juventud y sus capacidades, con lo cual no queremos decir, sin embargo, que ya es hora que la revolución mande para su casa a todos los “monjes” que puedan estar atornillados en sus respectivas posiciones, como producto de la legitimidad eterna de quien ha acumulado una vasta experiencia en tal o cual área.
Un ejemplo de esto que decimos es una frase del reputado periodista Walter Martínez, con la cual el canal del Estado no hace mucho hizo un micro promocional del programa Dossier: “La tecnología puede comprarse, pero la experiencia es in-trans-fe-ri-ble”. Creo que difícilmente puedan encontrarse frases más conservadoras que esta, salvo por uno o dos refranes populares cuya carga tradicionalista debe alertar al revolucionario más curtido en dichos populares. Porque una cosa son los elementos de sabiduría que efectivamente nos pueden dejar muchos de estos dichos, y otra muy diferente la carga conservadora, inmovilizadora y contrarrevolucionaria que pueden tener muchas de estas máximas o sentencias, porque como decía mi abuelo…
Lo cierto, es que el debate actual generado por el testimonio de Giordani, toda vez que incorpora el debate sobre el conocimiento experto, la lealtad, las facciones, las concepciones sobre la economía y la sociedad, está atravesado por un tema eminentemente generacional.  Somos de la convicción de que la experiencia es un valor altamente valioso para todo proyecto, incluido el de la dirección de una sociedad entera hacia un futuro mejor, pero de la misma manera, tenemos la convicción de que si hay una cualidad que debe distinguir a toda revolución que se precie de tal, es la presencia del pensamiento renovador. Se debe lograr un equilibrio o entendimiento entre los “sabios irrefutables” y la juventud aventajada de pensamiento renovador.
En marzo de 2010, reflexionando sobre el asunto, publiqué un artículo en mi blog sobre el tema, el cual reproduzco a continuación, con la intención de hacer un aporte al debate. En dos platos, me parece que de lo que se trata es de crear las condiciones para la combinación dialéctica y sinérgica de la experiencia y la juventud. Nada tan despreciable como el maestro que se considera insuperable, y que trabaja no para ser superado por su pupilo sino para mantener a este en una suerte de eterno estado de sujeción y dependencia.
En su oportunidad, denominamos al artículo ¿Ruptura o entendimiento generacional? Una reflexión sobre la experiencia y el poder. A continuación, lo reproducimos acá:
“Si bien es cierto que la edad ―y por tanto la experiencia― constituye un criterio bastante objetivo de autoridad, también lo es el hecho de que, en un contexto de cambio de época, de transformación radical de la sociedad, pero sobre todo de superación de los viejos paradigmas científicos y de perspectivas de conocimiento (o de toma de conciencia de la tradicional incoherencia de haber estudiado y aplicado teorías importadas de otras realidades) eurocéntricas, surgen y se hacen valer nuevas formas de autoridad relacionadas con maneras de ser, hacer y de pensar, capaces de propiciar las necesarias rupturas emancipatorias, orientadas a la superación de todo aquello que siempre se consideró inamovible, legitimo, prestigioso, acabado; intocable y sagrado.
La experiencia, siempre se considerará un aspecto importante ―un criterio siempre válido― al momento de la escogencia y designación de un individuo para su desempeño en tareas de diversa naturaleza. Sin embargo, la misma experiencia (mayor o menor) nos dice que esa experiencia puede muchas veces estar asociada a maneras de entender el mundo, la naturaleza, el arte, la ciencia, la política y la vida en general, que muchas veces llevan una carga positivista, conservadora, estructural-funcionalista o, de otro modo, simplemente contrarrevolucionaria. En este sentido, podríamos destacar la “experiencia de lo actual” y su adecuada interpretación de cara a una posible y necesaria transformación cultural, como un criterio renovado de autoridad asociado siempre al poder.
La experiencia es poder en la medida en que es conocimiento del pasado y sus lecciones, acumulación de información y de datos que, necesariamente, constituyen elementos de juicio importantes para el proceso cotidiano de toma de decisiones a todo nivel. Aquí podemos agregar que, en un mundo en constante cambio donde los conocimientos siempre surgen en contextos espaciales y temporales específicos, y donde se hace necesaria, por ejemplo, la transformación del Estado, de su estructura, sus procedimientos y formas de poder objetivadas en él, muchas veces esa experiencia se convierte en un importante obstáculo para la superación de formas y prácticas institucionales que, de no poder superarse, difícilmente nos permitirían avanzar hacia otro tipo de sociedad.
Es verdad que la experiencia es poder, pero el poder no es sólo experiencia. Sobre todo en nuestro contexto de cambio cultural y social. El poder es, antes de cualquier complicada consideración académica, una suma de liderazgo, autoridad y legitimidad. Un liderazgo que puede o no ser natural; una autoridad no necesariamente acompañada de liderazgo y una legitimidad ―lo que se puede considerar lo más importante de lo importante― que puede venir ―diría Max Weber― de la tradición, de la legalidad racional y del carisma. Pensamos que esta legitimidad, de acuerdo a nuestra legítima aspiración de transformar la sociedad y sin olvidar la centralidad de la información y el conocimiento para el proceso político en nuestro mundo actual y cotidiano, debe provenir del conocimiento integral, holístico, rebelde y transdiciplinario, de la imaginación, del pensamiento prospectivo y sobre todo de la capacidad de tener una actitud dialéctica frente a la compleja realidad social.
Es bueno dejar claro que se reconoce el valor de la experiencia. Sin embargo, como se expresa arriba, la época pide invención, liberación de creatividad, poder de imaginación, vitalidad, voluntad política. Como dice Walter Martínez, la experiencia podría considerarse intransferible, aunque nunca de forma absoluta. Pero la experiencia no da capacidad para inventar, ni parece darla el simple e inexorable paso del tiempo. De esta manera, en sociedades cuyas relaciones sociales y relaciones de producción entre clases son (por diversas razones políticas, económicas, religiosas, etc.) más o menos estables, donde prima el pensamiento conservador y la idea de orden y tradición tienen gran arraigo, la experiencia puede que sea el criterio más importante de autoridad. Pero no así en las sociedades que viven procesos de transformación, ya sea de reformas fuertes o más o menos radicales.
En este sentido, si las viejas generaciones insisten en darle continuidad a los viejos paradigmas, a prácticas desfasadas de todo tipo y pretenden seguir dirigiendo de forma autoritaria el pensamiento y la vida de las nuevas generaciones, éstas deberían ―en aras de la realización de una auténtica revolución― romper ―política, ideológica, culturalmente― definitivamente con ella. No obstante, siempre existe la posibilidad del acuerdo. La experiencia debe hacer su aporte fundamental a los procesos culturales y sociopolíticos que vive la nación, eso está fuera de discusión, pero el mayor aporte deben hacerlo las nuevas generaciones, siempre en intercambio con las anteriores, entre las que se encuentran siempre, jóvenes eternos.
El flujo de información en nuestras actuales sociedades está muy lejos de ser el de hace treinta años. Hoy día, el rasgo fuerte es la superabundancia de información y la democratización del conocimiento. Así las cosas, destacando la importancia del contexto cultural particular que eventualmente domina y caracteriza las distintas épocas que viven las distintas generaciones, conviene recordar las reflexiones que en este sentido hace del sociólogo argentino Sergio Bagú. Parafraseando, Bagú nos dice que cada generación tiene la necesidad y por tanto el derecho, de dar respuestas a las preguntas sobre el hombre, la mujer y la sociedad en que le tocó vivir en suerte, a partir del conocimiento de que pueda disponer. De ahí, que sería absurdo reprocharle a una generación no haberlo hecho con la información adecuada, sin embargo, cualquier generación siguiente (con la misma necesidad y derecho) puede preguntarse a partir de que información, teorías e hipótesis (a partir de cuales perspectivas de conocimiento) dieron sus respuestas las anteriores generaciones.
Estas afirmaciones, tomadas del libro Marx-Engels: diez conceptos fundamentales (génesis y proyección histórica), específicamente del sub-capítulo “La información histórica y tecnológica”, terminan de la siguiente manera:
“No estamos suponiendo que el conocimiento sea el resultado de la acumulación cuantitativa de datos objetivos. Sabemos que una generación puede, con menos datos que otra pero con mejores matrices lógicas, arribar a conclusiones más felices”. De esta manera, el debate está, como siempre, en la matriz lógica que estemos utilizando para estudiar y comprender a la persona humana y para analizar e interpretar los procesos sociales.
Es decir, frente a la figura con experiencia que ha acumulado muchos datos objetivos, están aquellos quienes, manejando menos datos pero manejando los datos que son y con mejores “matrices lógicas” (Métodos, metodologías, enfoques, paradigmas), pueden arribar a “conclusiones más felices”. Y estas conclusiones pueden traducirse en la mayor felicidad posible que una sociedad puede eventualmente lograr.
Finalmente, nos preguntamos ¿Dispone nuestra generación de mayor cantidad de datos que las anteriores? Esta pregunta no parece complicado responderla, pero también interrogamos ¿Cuáles son, siguiendo a Sergio Bagú, las matrices lógicas que utilizaron las anteriores generaciones y cuales las que utilizamos nosotros? ¿Cuáles son las mejores? Pero sobre todo ¿Qué diría la experiencia frente a lo nuevo, frente a lo mejor ―por ser lo más pertinente― para la época? Como dice Morfeo, personaje de la conocida trilogía Matrix: “En el mundo hay cosas que nunca cambian, pero hay otras que sí”. Afortunadamente, hay otras que sí.
*Director de PoderenlaRed.com
@maurogonzag

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