Por: Reinaldo Escobar*
El motivo fundamental para seguir buscando el Santo Grial del socialismo fue justificado por Raúl Castro invocando los sacrificios impuestos al pueblo cubano durante 50 años en nombre de ese propósito, a lo que sumó la sangre derramada por los mártires desde que los aborígenes se opusieron a la conquista española.
Cada cierto tiempo los dirigentes hacen declaraciones de esta naturaleza, donde se proclama el inicio de una nueva etapa para rectificar errores, enfatizando que esta vez no están equivocados. Memorable fue aquella sesión del Parlamento cubano de finales de 1986, en la que Fidel Castro dijo: "Ahora sí vamos a construir el socialismo". La frase era una evocación de otra histórica pronunciada por el comandante en jefe en los días iniciales de la guerrilla cuando, tras el desastroso desembarco de su expedición, exclamó pletórico de injustificado optimismo revolucionario: "¡Ahora sí ganamos la guerra!".
Para empezar su intervención, Raúl Castro no tuvo reparos en retomar la anécdota de aquellos primeros tiempos de la lucha armada, pero no cedió a la tentación de completar la referencia metafórica, porque todo el mundo iba a recordar la infructuosa promesa hecha por su hermano hace ya 24 años.
Lo diferente que en apariencia tiene este nuevo comienzo es el carácter de urgencia inapelable que se le ha dado y lo descarnado de las críticas. El presidente cubano reconoció que era imprescindible desterrar definitivamente la mentira y el engaño de la conducta de los cuadros dirigentes, además de suprimir el exceso de secretismo. Confesó que la revolución había instituido un excesivo enfoque paternalista, idealista e igualitarista; que no sólo habíamos pasado el tiempo copiando a otros, sino que además copiando mal. Destacó la ausencia de exigencia ante los errores de carácter económico, la pérdida de millones por incumplir los planes productivos, y dijo que no se ha sabido aprovechar adecuadamente la existencia de profesionales de la economía. No parecía el segundo al mando de todas las decisiones ahora reprochadas, sino daba la impresión de ser el político opositor que recién asume el poder y no tiene compasión para hablar de lo mal hecho por las anteriores administraciones.
Pero atención, todo esto ocurrió -dijo- porque no se cumplieron las instrucciones u orientaciones del máximo líder: "Él hizo lo que le correspondía, y yo trato de encontrar una explicación y expreso que Fidel con su genialidad iba abriendo brechas y señalando el camino, y los demás no supimos asegurar y consolidar el avance en pos de esos objetivos".
La parte optimista venía precedida de un "de ahora en adelante" con el que se despeja la incógnita de que es él y no Fidel Castro quien está gobernando el país. Entre las ofertas positivas está el compromiso de disminuir las retenciones de transferencias bancarias hacia suministradores extranjeros, no asumir nuevas deudas sin la seguridad de cumplir el pago, reducir los gastos superfluos, incrementar la productividad y el ahorro, aumentar las exportaciones y favorecer de forma irreversible la iniciativa privada.
Advirtió que habrá medidas que, aunque indispensables, serán impopulares, como la eliminación del mercado racionado subvencionado y el desinflar de las abultadas plantillas estatales, ambos aspectos tenidos hasta hace poco como gloriosas conquistas de la revolución. "En el futuro existirán subsidios, pero no a los productos sino a las cubanas y cubanos que los necesiten".
Raúl Castro repitió una frase de Fidel en la que éste confesaba que "entre los muchos errores que hemos cometido, el más importante era creer que alguien sabía de socialismo, o que alguien sabía de cómo se construye el socialismo", y a continuación dijo que, en su modesta opinión, la edificación de la nueva sociedad era en el orden económico "un trayecto hacia lo ignoto, hacia lo desconocido".
No es ocioso señalar que estas observaciones críticas del presidente no se remiten a los últimos años, sino al medio siglo en que los hermanos Castro han compartido la cúpula del poder. Tampoco es ocioso recordar que a lo largo de ese tiempo aquellos que se atrevieron a advertir algo sobre los errores que se cometían eran separados del partido, destituidos de sus cargos, expulsados de su trabajo y hasta encarcelados en el caso de que las críticas fueran demasiado ácidas. Pero "de ahora en adelante -sigue diciendo Raúl- no hay que temerles a las discrepancias de criterios", y aunque advirtió que éstas deben ser expresadas preferiblemente "en el lugar adecuado, en el momento oportuno y de forma correcta", admitió que siempre serán más deseables a la falsa unanimidad basada en la simulación y el oportunismo y que eran "un derecho del que no se debe privar a nadie". Desde luego que no llegó a extender esta posibilidad a opositores, periodistas independientes y representantes de la sociedad civil demonizados y tratados de mercenarios al servicio del imperialismo.
Quizás el momento más dramático de su intervención fue cuando dijo: "O rectificamos o ya se acabó el tiempo de seguir bordeando el precipicio, nos hundimos y hundiremos, como dijimos con anterioridad, el esfuerzo de generaciones enteras".
Las reacciones ante estas declaraciones han sido diversas. Aquellos hombres de fe, que siguieron sin protestar la política que hoy se reconoce errada, se sienten como el ingenuo explorador que se entregó confiado a la experiencia de un guía en medio de la selva y ahora descubre que el mapa donde se marcaba con signos indescifrables el sitio del tesoro era falso y para colmo tiene que escuchar a su mentor un comentario del tipo "¿dónde rayos estará el camino?". Por su parte, los que vieron a tiempo los errores y los señalaron, disfrutan la amarga y tardía victoria de ver que les están dando la razón. Los que guardaron silencio son los que más aplauden, dispuestos siempre a obedecer sea cual sea el nuevo rumbo que el despistado pastor indique a sus ovejas. Basta hablar con la gente sencilla para percatarse que hay mucha confusión y desaliento. Aunque lo que prevalece es el desconcierto, pues lo único seguro es que todo lo nuevo está destinado a perfeccionar y actualizar el socialismo, y eso no porque haya evidencias de que funcionará sino porque la revolución no está dispuesta a someterse a una humillante rendición.
Alguien preguntó una vez cuántas veces y en cuántos sitios tenía que fracasar el socialismo para considerar su inviabilidad como la más confiable de sus regularidades. Ahora que Raúl Castro pide una nueva oportunidad para demostrar la posibilidad de la utopía, se ve obligado a realizar una representación teatral donde no estamos seguros cuál es la máscara y cuál es el rostro. Ya una vez los cubanos pasamos por una experiencia similar. En 1959, se daban garantías de que aquello no tenía relación alguna con el comunismo y cuando estuvieron creadas las condiciones, el 16 de abril de 1961, se decretó el carácter socialista de la revolución. Cincuenta años después, en la misma fecha pero en el 2011, se dará inicio al muchas veces pospuesto VI Congreso del Partido Comunista de Cuba, donde quedarán establecidas las reglas del nuevo modelo.
¿Qué vendrá? Eso se preguntan todos, en particular los más jóvenes, a quienes Raúl Castro dedica el 50 aniversario de la conmemoración, pero que no tienen ningún compromiso con el rumbo que les dejará trazado la "Generación Histórica" ni con las soluciones propuestas hoy por los que no tienen ninguna oportunidad de sobrevivir al siglo XXI.
El futuro no podrá ser controlado nunca por los hombres del pasado, por poderosos que hayan sido, pero lamentablemente este larguísimo presente padecido por tres generaciones de cubanos ha sido meticulosamente llevado a término por la voluntad y el capricho de un solo hombre, Fidel Castro, el mismo que ahora compra su inocencia a la cuenta de la ineptitud de quienes no entendieron nunca "sus preclaras orientaciones".
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